miércoles, 21 de noviembre de 2012

Cuando la máscara es la Clave (Parte 2)!

Continuación....

 
 
 
En uno de los andares compartiendo con gente nueva, alguien me dijo “El dolor es la clave del Crecer, si te duele debes verlo y vivirlo”; así que deje de beber, de pasar de cama en cama y empecé a dejar salir, todo ese dolor, para ver que clave me daba. Cerré mi corazón, casi un “Clausurado por remodelación”, porque hasta que no supiera que eran todas esas claves, esas coincidencias, no valía la pena seguirlo tratando de esa manera; así que por primera vez, empecé a cuidarlo y a creer que esas partes perdidas no estaban afuera, estaban en esas señales dentro de mi propia familia y tribu. Allí empezaron los sueños, los recuerdos encriptados…

Tenía solo tres años y con neblina a mi alrededor, recuerdo estar llorando y sin nadie conocido que me cuidara… tenía cinco años y el borracho esposo de mi tía empezó a tirarme y golpearme con naranjas como si yo fuera una diana… otro día me encontró solo en la carroza y me llamo, me dijo que tenía algo para mi, que será? Y entonces me clavo en mi brazo un clavo, y nadie escucho mis gritos… tenía seis, y estábamos varios primos en el árbol, jugando, y uno de ellos, ya de los grandes, empezó a meterme mano por una parte muy mía, no me gusto, eso es normal? me pregunte; pedí a gritos que me dejará bajar, a partir de entonces le tuve rabia, distancia y asco… tenía siete y mis padres solo peleaban y peleaban, mi madre hablaba muy mal de él, gritaba, tiraba todo y después se iba a seguir haciendo mascaras; mi padre gritaba, se defendía también, se ocupaba y se iba a beber; nadie me miraba… Tengo ocho años, nació mi hermana, todos la miran, todos la escuchan, yo descubro los libros y allí todo es bonito, hay historias felices; tomo las letras de mi padre, las mascaras de mi madre y empiezo a cambiar los personajes de mi vida, a cada uno le doy un nuevo carácter, a cada uno le pongo los atributos que yo si quería y empiezo a verme a mí misma así también, como alguien que usa una máscara, a lo mejor si soy buena, ahora si me van a ver, me van a querer… Aquí todos somos buenos!

Desperté y llore, llore por mis muertos, lloré por todas aquellas personas irreales a las que les había puesto una máscara para poder superar el dolor, llore por ese niños que nunca supo el juego que lo había protegido de sus recuerdos, lloré por mi madre real que llena de dolor se fue a vivir en el tiempo del nunca jamás, llore por mi padre y todos los niños de nuestra familia que nunca supieron lo que era un beso y una abrazo antes de dormir, llore porque esas mascaras nunca me dejaron verlos como eran en realidad y por lo tanto no me dejaban encontrar una persona real con quien compartir mi vida, lloré porque esa carga no me pertenecía y por amor la asumí; lloré por ese niño que vivido en sus historias hasta hace días; días que lo mataron y me lo arrancaron de golpe para mostrármelo porque yo andaba pidieron comprender las claves, ayer que me lo entregaron muerto. Aquí en su funeral, prendimos una gran fogata, para despedirlo cantando, estamos en la tribu, todos juntos, con Amor y con Dolor, aquí como ofrendas de una gran vida en el escenario, tus restos se queman junto con mil y una mascaras, junto a cada una de mis parejas que dieron vida a mis mil y una historias.
Gracias por dejarme y traerme, con cada clave, a este mundo donde “Veo las cosas como son”, sin máscaras, un mundo real, con una vida real, con personas reales, con situaciones reales y un Amor real con quien caminar.

En honor a mis muertos y a mis partes ya juntas.

Kalen.”

Cuando la máscara es la Clave! (Parte 1)


Erase una vez, en una tierra en donde no se sabe dónde y en un tiempo que no se sabe cuándo, una familia errante, con una tribu errante, que vivían de forma errante por los caminos que así los dejaban. Así entre carrosas, caballos, campamentos, pueblos y sus leyendas; se dedicaron a hacer lo que hacen todas las familias, vivir en círculo, celebrar los nacimientos, honrar a sus muertos haciendo lo mismo que ellos y nunca parar. Esta es la historia de uno de ellos, uno de sus hijos, su nombre Kalen que significa “El que posee las claves”, que a sus siete años ha vivido más de lo que cualquier niño de pueblo a sus veintiuno, y no por las algarabías que suelen vivir los que adolecen esa edad, sino por la intensidad de su mundo; esta es su historia y así la contó, cuando ya era lo suficientemente maduro para poder Ver:

“Escribir estas líneas después de tanto andar, implica que mucha agua ha corrido y muchas estaciones han pasado desde esos días que erraba con mi tribu y con mi familia; el simple hecho de escribir en estos tiempos es sinónimo de un privilegio heredado de mi padre, ya que esta es la época donde solo las familias nobles saben lo que es la pluma y el papel. Sin embargo como toda historia tienen su inicio, les contaré como empezó todo.

Los de la tribu, desde que yo recuerdo estuvimos juntos y errando desde siempre, con nuestras propias leyes y recuerdos, éramos un grupo de familias donde cada una tenía un talento para compartir, el nuestro era el Teatro, mi madre experta con sus manos creaba la más grandiosa gama de trajes y mascaras, las mascaras, esa era su pasión; cuando le preguntaba de donde había aprendido tomando en cuenta que el arte del teatro había empezado con ella, me dijo que una noche estando niña supo que esa era su pasión y allí empezó, la primera vez no dio muchos detalles; solo que años después yo mismo, por piel propia, sabría de que se trataba. Mi padre era el que escribía y daba los recitales, lo suyo eran las letras y era como extraño que ambos tan parecidos en su pasión del arte, también se compensarán en esos tiempos haciendo cosas que yo no entendía. Soy el mayor de cuatro, el único varón, con puras damitas alrededor, sin embargo mi corazón se quedo enmudecido con la nenita más chiquita, y lo digo sin remordimiento ya que con sus ojitos color almendra, sus rulos rojizos y su sonrisa de encanto, es la estrella de todos.

Cuando crees que lo normal, es lo que vives, terminas como yo diciendo que tuve una infancia normal, solo que hoy después de muchos de haberme ido, comprendo que el problema de lo “normal” es dar por “normal” eventos a los que debes poner límites y saber que no forman parte de tu naturaleza. Era en esa “normalidad”, en la guardaba dentro de mí una irá enmascarada de rebeldía y una urgencia de libertad por salir corriendo de ese lugar y esa forma de vivir. Lo irónico de los fantasmas es que cuando huyes de ellos se te aparecen por doquier, así que mi historia “real” comenzó hace quince años cuando salí de mi hogar.

Según nuestra tradición, a los veintiuno eres grande, como para elegir cuál será tu camino, si seguir con los tuyos o salir a explorar por tu cuenta; pero mi alma ya había elegido desde muy pequeño y si bien es cierto la vida diaria parecía lo suficiente normal para trabajar, comer y quedarse, no era lo suficientemente fuerte querer elegir una mujer de la tribu y repetir con ella luego de llegada la noche, lo que a través de las fogatas, repetían mis padres y entre otras parejas; los cantos, los bailes, los cuentos del teatro, las risas, mezcladas con licor, trampas, mascaras, engaños, abandonos, juegos y gritos de peleas, los cuales eran también parte de la cotidianidad y costumbre. Yo no entendía mucho, y solo me sentía confundido y molesto conmigo mismo, porque quien era yo para decir lo que estaba bien o mal, pero algo dentro de mi sabía que no era algo normal, era como si esas mascaras tomaran vida y me mostraran las dos caras de mis padres y de mi tribu, que ni podía ni quería ver, en ese momento; así que era más fácil creer que Yo era el extraño y que no pertenecía a ese lugar.

Pero, como les decía, mi historia empezó cuando me fui, a la edad que eras grande, decidí partir con la bendición de los míos, mis padres me dieron un fondo para empezar y así comencé a quedarme quieto de pueblo en pueblo,  trabajar, trabajar, trabajar era mi único a lo que dedicaba tiempo y energía, descubrí que si aquello de tener pareja implicaba tanto dolor, mejor era trabajar. Mi habilidad con las letras, me dieron ventajas; así que empecé a pulirme, encontré benefactores, amigos y en general empecé a vivir muy bien, libre y dueño de mis talentos. Sin embargo, cada vivencia me llevaba a lo que había visto en casa, a recordar nuestras costumbre y talentos, me llevaban a reconocer los míos; la responsabilidad, administración, claridad y enfoque de mi padre o la pasión, coraje, fuerza y entrega de mi madre; a pesar de la distancia, estaban más vivos y latiendo que cuando los tenía al frente.

Más algo seguía haciendo falta, algo que no se, parecía que mi corazón tenía partes perdidas y en la medida que no encontraba respuestas ni en libros, viajes, amigos, benefactores, trabajos o en el hacer; ese anhelo de encontrar mi “otra mitad”, se empezó a agudizar en mi corazón. Después de años de andanzas, aventuras y filtreos, tome el valor para meterme de lleno en eso llamado Amor, pero todo Amor va acompañado de dolor, así que esa es la historia que hoy les cuento.

Quince veranos desde entonces y las personas más significativas en mi corazón tienen tantas cosas en común entre sí que lo primero que lo primero que las unía, era Yo y volví a recordar a mis padre. Me gustaban las mujeres más atrevidas, apasionadas, independientes, inteligentes, conversadoras, risueñas, aventureras, ellas que siempre empezaban siendo tan perfectas, tan femeninas, y a las que me entregaba con vehemencia, devoción y pasión, sin freno alguno; ellas, las que de perfectas doncellas encantadas, pasaban a algún cuento de terror en un abrir y cerrar de ojos, haciéndome sentir confundido y sin salida; ellas que me mostraban como en los entretelones de una obra, destellos de comportamientos que no quería ver ni reconocer, abandono, adicción a juegos, bebidas, mentiras, engaños y un sabor de que yo no les importaba, que no me veían; así que como un disparo a media noche iban matando partes de mi, donde terminaban de golpe quitándose una máscara y mostrándose tal como eran.  

Me enamore de cada una en su tiempo, y entre ellas los despechos los pasaba evitando el dolor, queriendo olvidar y gastando mi tiempo en otras camas donde los labios y el corazón eran los únicos que no se tocaban para evitar sentir otra vez el dolor del Amor.

Después de tanto andar, como claves que se me mostraban, me acorde de mi hermanita y una frase que escribió siendo aún chiquita, “El Amor Real no duele, ni hace daño”, el Amor Real…bueno y que acaso lo que he vivido es irreal? Me moleste con el recuerdo y sentía que quien era esa pichurra para decirme a mí lo que era el Amor. Mientras mi rabia avanzaba empecé a caminar los bosques y caminos para gritar y botar eso que me estaba matando, y mientras iba y venía, viendo a los animales, recordé que en mi tribu decían los ancianos, que la rabia era solo una máscara que ocultaba el dolor. Las mascaras… y empecé a soñar con mascaras, ver mascaras, recordar mascaras; recordé que mi madre solo una vez y casi como comentario cómplice, admitió que la primera vez que sintió pasión por las mascaras fue cuando mi abuelo llegó disparando toda la noche después de una fiesta de la tribu, gritos y disparos para una niña de cinco años fue demasiado y allí encontró las mascaras; ahora recuerdo las horas en que no estaba y me dejaba solo, sumida en sus mascaras, sumida en su mundo, un mundo más bonito, evitando el dolor.

Continuara……..

martes, 13 de noviembre de 2012

Summa cum laude? O Sumas con Laureles?



Este el el tipo de artículos que cuando escribo, ya mi mente se está divirtiendo en pleno y eso me encanta! Es más mientras tomaba la decisión de arrancar, me acorde de mis dos primos y mi tía política, cuando hace unos cuantos años atrás yo le comentaba lo diferentes que eran, siendo en ese entonces chamos de menos de 20 años aprox. y ella me contaba “Lilian, es que yo los veo siendo hijos del mismo padre como si fueran hijos de dos hombres diferentes; el mayor hijo del Conde, educado, respetuoso, formalísimo y el otro, hijo del Chofer digo por lo guerrero, relax y aventurero”. Claro, pensé yo, no es igual ser chofer en Caracas que en Bogotá…jajajajajaja!

Y más que un tema de parentesco o no, este tema de hoy sale por los títulos y nuestra creencia sobre ellos, ser conde, chofer, ingeniero, doctor, licenciado, máster o carpintero ha dejado de ser nuestro oficio para convertirse en lo que nos da valor o no como personas. Y lo más interesante de esto más allá de lo que para cada uno de nosotros signifique este respaldo, es que mientras conversaba con unos amigos salió el tema de que un par de ellos tenían descendencia española así que empezamos a buscar el origen de sus apellidos y escudos; lo que me llamo la atención es que mientras uno de ellos dice, “Bueno, pero a la final condes, duques o títulos de nobleza terminaban siendo solo eso, títulos, con una casa, terrenos y nada de dinero!!”; se me vino de inmediato la frase o creencia tan instalada en nuestro ADN “Estudie hij@, estudie para que sea alguien en la Vida”. Cualquier parecido es una coincidencia? Digo, aquello de que con tantos títulos que tenemos por doquier me pregunto yo, ¿son estos directamente proporcionales a la prosperidad? O el habito no hace al monje?

Cuando lees a Robert Kiyosahy con su “Padre rico, Padre pobre”, él describe como su padre pobre insistía tanto en el tema de estudiar y estudiar, era un maestro de escuela, muy tradicional y con muchos títulos encima, su vida era “promedio” en términos de dinero y prosperidad; y más allá de los títulos hay una creencia que los distingue “el amor al dinero es la raíz de todo mal”, “no puedo afrontarlo”. Mientras su padre rico o en-vías-de-hacerse-rico, era arriesgado y creía en la auto-dependencia financiera, explicaba que siempre los alentaba a hablar de negocios, a ver las posibilidades de dinero en la cena ya que para él “el dinero es un poder”, que “al decir “no puedo afrontarlo”, nuestro cerebro cesa de trabajar” y de educar nuestra mente para ser “financieramente competente”. Interesante no?

Y con estas líneas no estoy hablando que esté en pro o contra de estudiar, yo he sido amante de estudiar y aprender desde que tengo uso de razón; y como facilitadora es parte de mi estilo de vida, ya que creo que una mente que no se abre al aprendizaje, se muere antes de tiempo. Sin embargo, me llama la atención que hasta hace no mucho, fui invitada a una boda y la tarjeta decía “Ing. Lilian Rodríguez” y sentí que no entendía esa necesidad de apegarnos a nuestros títulos como si dijeran más por si solos que lo que dicen nuestros nombres. En particular me siento muy agradecida a mi formación, ella me ha permitido darle balance dentro de mi a esa parte númerica y lógica junto con esa parte de servicio y creación; sin embargo es solo una arista de lo que soy y no límita o expande mi relación con la prosperidad.

Para mí la prosperidad es un estado donde “sin tener césped, tengo podadora” como dice Ricardo Arjona; un estado menta donde “sabes” que siempre hay recursos, gente, amigos, apoyo, afectos, confianza, y oportunidades para alcanzar lo que queremos. Muy lejos de ese “poquito porque es bendito”!. Sin embargo ese estado, respetando lo que digan otros expertos, está para mí muy lejos de las titularidades; ese estado de prosperidad y conexión con la riqueza viene de nuestro Ser, de  nuestras creencias con respecto al dar y recibir, o de nuestras etiquetas con respecto a cualquiera de estos temas. Entonces, si ves hoy tu balance pregúntate ¿A quién estás siendo leal?, ¿Qué supuestos han tenido que ser reales para estar donde estas hoy? Y si pudieras cambiarlos…. ¿Qué nuevos supuestos tendrían que ser para ti verdad, en aras de llegar a donde quieres llegar?

Nuestra historia, profesión, especialidades y estudios son recorridos que quedan a la luz cuando  conversamos, escribimos, compartimos con otros; solo cuando te muestras a otros, notas y otros notan con tus movimiento, tus palabras, tu rostro, tu trayectoria y tu capacidad de incorporar en tu vida eso que sabes, has vivido,  estudiado, leído o apasionado. Porque sin importar los títulos, a la final los laureles se colocan sobre aquellos que asumen el líder dentro de sí y caminan a lo que quieren, con el corazón y la pasión en la mano, con las ganas de servir en el alma y con la voluntad de hacer realidad aquello que los mueve solo a ellos. Y tú? Estás dispuesto a asumir el reto o a dormirte en tus laureles?